Los accidentes cardiovasculares (ACV), también conocidos como derrames cerebrales, ocurren cuando el flujo de sangre hacia una parte del cerebro se detiene, causando daño cerebral. Existen dos tipos principales: el isquémico, causado por un coágulo que bloquea un vaso sanguíneo, y el hemorrágico, debido a la ruptura de un vaso sanguíneo en el cerebro.
Signos y síntomas
Los ACV suelen aparecer de manera arrepentida. Los signos de alerta incluyen:
- Debilidad o parálisis en un lado del cuerpo (cara, brazo o pierna).
- Dificultad para hablar o entender palabras.
- Pérdida de equilibrio o coordinación.
- Visión borrosa o pérdida de la visión en uno o ambos ojos.
- Dolor de cabeza intenso sin causa aparente, especialmente en los ACV hemorrágicos.
Es importante actuar rápido ante estos síntomas para minimizar el daño cerebral.
Diagnóstico
El diagnóstico de un ACV se realiza a través de una evaluación médica inmediata. Incluye:
- Historia clínica y examen físico para identificar síntomas neurológicos.
- Tomografía computarizada (TAC) o resonancia magnética (RM) para determinar el tipo y la ubicación del ACV.
- Pruebas adicionales como análisis de sangre, electrocardiograma (ECG) o ecografías para identificar causas subyacentes.
Tratamiento
El tratamiento depende del tipo de ACV:
- Isquémico: Medicamentos anticoagulantes como el activador del plasminógeno tisular (tPA) para disolver el coagulo y restaurar el flujo sanguíneo. En casos específicos, se realiza un procedimiento quirúrgico para extraer el cóágulo.
- Hemorrágico: Controlar la presión arterial y, en ocasiones, cirugía para detener el sangrado.
La rehabilitación incluye fisioterapia, terapia ocupacional y del habla para recuperar funciones afectadas. Adoptar un estilo de vida saludable ayuda a prevenir futuros accidentes cardiovasculares.